miércoles, 24 de septiembre de 2014

La insaciable curiosidad


En 1885 tiene lugar, en la capital alemana, la conferencia de naciones colonizadoras europeas, a instancias del canciller Bismarck. Por aquel entonces, Alemania, Francia e Inglaterra habían consagrado todo un imperio a golpe de sable y ametralladora. El Congreso de Berlín reúne principalmente a estos representantes poderosos de Europa y, sobre un atlas, se repartirán las fronteras de Africa. En aquel encuentro, el mítico Stanley, que había encontrado años atrás a Livingstone, asiste en representación del rey de los belgas y propietario del Congo. Ese mismo año, el poeta francés Arthur Rimbaud transporta a lomos de camellos dos mil fusiles y sesenta mil cartuchos para el rey Menelik de Abisinia...


En este escenario europeo transcurre la vida aventurera del protagonista de la novela Peste & Cólera (Anagrama, 2014), Alexandre Yersin, un científico suizo que a los 22 años se traslada a París para trabajar a las órdenes del viejo y honorable Louis Pasteur. Yersin descubre por la prensa de aquellos días la vida del explorador escocés David Livingstone y se convierte en un ferviente admirador suyo.

El libro del francés Patrick Deville (Saint-Brevin-les-Pins, 1957) es un homenaje a este extraordinario personaje, extravagante aventurero y concienzudo investigador Alexandre Yersin y, también, una exaltación de la novela de aventuras como epopeya. Deville aprovecha las hazañas emprendidas por su héroe para narrar todo un siglo de efervescencias científicas, descubrimientos médicos y convulsiones políticas allende los mares, en los continentes de África y Asia.

Deville se apoya en cartas, testimonios, archivos y voces de otros para construir la biografía del científico helvético, un hombre solitario y emprendedor, tan enamorado de su profesión como obsesivo por la aventura, que se formó en los laboratorios de Pasteur y que abandonó París para viajar por Asia. En aquellas tierras, descubrió el bacilo de la peste bubónica, bautizado en su honor como yersina pestis.

Peste & Cólera recoge el carácter intrépido de Yersin, así como su vida solitaria y austera, según se desprende de las cartas que intercambia con su madre y su hermana; un libro que rescata del olvido a un hombre excepcional, dedicado en cuerpo y alma a su vocación científica y al sueño de vivir aventuras viajeras como lo hizo Livingstone, su ídolo. Yersin fue un hombre curioso y extravagante que acabó su dilatada vida en Indonesia, estudiando latín y griego, a la edad de ochenta años.

Patrick Deville
Patrick Deville nos entrega la biografía novelada de un auténtico hombre de acción, repleta de anécdotas y episodios emocionantes, un extracto, en poco más de doscientas páginas, de la historia de la humanidad entre la última mitad del siglo XIX y la primera del XX.

No me atevería a señalar que Peste & Cólera sea una obra maestra, algo que ya hizo el gran gurú de la lectura Alberto Manguel pero, para ser honesto conmigo mismo, el libro de Deville me parece una obra interesantísima, ambiciosa y erudita, escrita con vivacidad y maestría, una historia que cautivará a todo lector apasionado del espíritu aventurero.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Lecciones felinas



Leer nos enmienda de algún modo, corrige por así decirlo nuestra propia experiencia, porque cualquier libro se puede convertir en un vehículo más de aprendizaje de la vida, aunque el asunto que trate solo tenga que ver con los quehaceres cotidianos de una mascota.

Los gatos son animales que tienen fama de ariscos y carecen del prestigio social que ostentan sus adversarios domésticos: los perros. Ya en la Edad Media tenían cierta leyenda maldita y se les relacionaba con las brujas. Sin embargo, a pesar de este sambenito, la escritora Paloma Díaz-Mas (Madrid, 1954), viene a poner las cosas en su sitio y a rehabilitar la figura de este animal sagaz y astuto que es el gato.

Lo que aprendemos de los gatos (Anagrama, 2014) es una hermosa semblanza sobre estos misteriosos salvajes tan reflexivos y silenciosos. Antes de empezar este volumen de apenas ciento veinte páginas, me consideraba una persona con una aversión activa hacia los gatos. Me resultaban antipáticos y convenidos, encasillándolos en el tópico de animal de compañía de solteronas, viudas y solitarios. Antonio Burgos, entusiasta de estos felinos, decía que “no hay animal más politicamente incorrecto que el gato, que nunca halaga pero, eso sí, se muestra sincero y libre”. Otros han afirmado que es un animal de estirpe literaria y de pose artística, con protagonismo sonado en la poesía de escritores como Becquer o Neruda, y en lienzos de pintores como Velázquez o Goya. Lo cierto y lo fijo es que el bonito texto de Díaz-Mas ha venido en un momento oportuno para liberarme de mis prejuicios sobre estos animales, ya que la próxima semana tengo una cena en casa de unos amigos que acaban de adoptar una gata de angora.

La escritora madrileña viene a desmentir la falsa creencia de que todo fue creado para servir al hombre y ahí estuvo el Creador para interponer a los gatos y hacer una excepción, porque lo primero que tiene que aprender quien quiera tener un gato en casa es a servirle. En Lo que aprendemos de los gatos hay toda una minuciosa selección de secuencias que guían al curioso lector a saber más de estas criaturas sibaritas y egoistas que dejan pelos por la casa displicentemente, se adueñan de rincones confortables, se apoltronan en sillones ergonómicos, duermen siestas sobre cojines de lana y se enfandan y encaran si les molestamos. Pero para Paloma Díaz-Mas lo magnético de este pequeño felino radica en el hechizo que produce en sus dueños, proveniente de la serenidad y quietud de su comportamiento. Esto explica suficientemente la sumisión de los humanos hacia estos personajes que, además, después de haberse apropiado de sus casas, se mostrarán simpáticos si no les fastidian. Decía Victor Hugo que “Dios hizo al gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre”. Pero ellos son inasequibles a la angustia. Su miedo dura sólo un momento: el momento en el que se produce. El nuestro se prolonga en el tiempo, se arrastra en recuerdos y se proyecta hacia un futuro desconocido e imprevisible. Mientras, acomodados en su sillón favorito, los gatos se atusan mutuamente con largos lengüetazos rosados. (pág. 120)

Díaz-Mas siente debilidad por estas criaturas y, en Lo que aprendemos de los gatos, la autora se acerca con celo al lector para mostrarle su relación con estos animales en detalles cotidianos, como si tratara de conseguir adeptos. Recientemente, en una entrevista con la prensa, la autora afirmaba que “conviviendo con un gato se tiene la certeza de aprender a vivir la intensidad del presente, sin atormentarse del pasado ni agobiarse con lo próximo que viene”.

Lo que aprendemos de los gatos es un libro jugoso, pertrechado en los andamios del relato, entre la ficción y la no-ficción, y que guarda afinidad con el género expositivo y el ejercicio de estilo, labrado en una prosa pulida y sencilla.

Paloma Díaz-Mas ha revalorizado la figura del gato con un texto esmerado, emotivo y sincero que fluye con sumo alborozo, dirigido a los amantes de los gatos y, con un guiño de benevolencia, para los que no lo somos todavía.

martes, 16 de septiembre de 2014

La futilidad del ser


Después de catorce años, Milan Kundera (Brno, 1929) regresa al género de la narrativa con la novela La fiesta de la insignificancia (Tusquets, 2014). El escritor checo llega más escéptico que nunca, pero con renovada actitud en lo que siempre fue su sostén: la fe en el humor como estadio emancipador del hombre y como respuesta a las preguntas de siempre.

Ahora, en La fiesta de la insignificancia, treinta años después de la aparición de su emblemática novela, La insoportable levedad del ser (1984), una extraordinaria historia de amor en el ambiente disidente que rodeó la Primavera de Praga, Kundera, más sarcástico si cabe a sus 85 años de edad, continúa con la estela de la historia centroeuropea del siglo XX para ajustar cuentas con el pasado y desmontar la barbarie y el totalitarismo de aquella época negra que le obligó a exilarse en París, allá por el año 1975.

Kundera traza su mirada aguda y otoñal, sin acritud, e invita al lector a reconciliarse con la banalidad del mundo que le rodea. La fiesta de la insignificancia es un canto crepuscular a lo mucho que hay de intrascendencia en nuestras vidas fútiles y que aflora desde sus inicios cuando Alain, uno de los personajes de la novela, reflexiona arrobado y trastornado acerca de las distintas fuentes de seducción femenina. En esta fiesta que propone el maestro checo, cada gesto mínimo inspira una reflexión, como el descubrimiento de Alain sobre la moda de las jovencitas de llevar el ombligo al aire, como matiz distintivo y erótico del momento.

Es deliberado, por parte del autor, cómo la estructura de la novela no está concebida en capítulos, sino en breves secuencias consecutivas, en algunos casos de media página de extensión. Sin duda, Kundera se vale de este procedimiento para postular que la unidad del libro no tiene por qué derivar del argumento, sino que la proporciona el tema: un pequeño tratado de ética del destino que abunda en la maternidad, las relaciones familiares, la sexualidad, el poder, la existencia y la decadencia de la sociedad.

La fiesta de la insignificancia es una fábula moral y estrambótica para estos tiempos de crisis emancipadora. Estamos ante un artefacto, mitad novela y mitad ensayo, entre la introspección y la paradoja, claramente tejida a base de puzzles, que el lector va completando y tratando de resolver a lo largo de las escenas transitadas por el narrador omnisciente y entrometido de la novela, un bromista escarmentado en asuntos filosóficos.

Nada está fuera del alcance literario del escritor checo, que no se apura con la delgadez de su prosa para volar alto, en un vuelo ligero, fácil de leer, pero profundamente comprometido y exigente.

En suma, La fiesta de la insignificancia es una pequeña comedia humana, un divertimento extravagante, lleno de dobles sentidos, que encierra la parábola de la levedad del ser, una oportunidad a descubrir para toda la legión de entusiastas seguidores de este consagrado escritor, un regalo valioso para entender la insignificancia del mundo que nos rodea, en clave de sabiduría y buen humor.


viernes, 12 de septiembre de 2014

Hondura luminosa


Al abrir un libro de poesía siempre tengo la sensación de adentrarme en un mundo simbólico, un mundo de ficción donde lo importante no es lo que se dice sino el significado de ello. El viaje de la luz (Renacimiento, 2014) de Antonio Moreno (Alicante, 1964) reúne una antología de poemas surgidos en los años comprendidos entre 1990 y 2012 en los que el poeta levantino se esmera para convencernos de algo, para llevarnos a alguna parte suya por medio de la hondura luminosa de su sencillez compositiva.

Con la literatura ocurre lo mismo que con la cocina, y es que la suma de ingredientes no equivale por fuerza al manjar, una premisa que Moreno aplica, porque él no confía en los moldes, él sabe que hacer un buen poema no es más que revelar un misterio.

Antonio Moreno compone una poesía claramente mediterránea cuyas líneas expresivas están impregnadas de claridad expositiva y sosegada luminosidad. El viaje de la luz responde a una poesía meditativa en formato corto, donde el ritmo del endecasílabo coquetea con el verso libre y la frase feliz del aforismo lírico: Tu yo es también un tú, y un él disuelto / en el nosotros de cualquier persona, / no es espacio ni en tiempos sucesivos/ sino en el breve fuego de tu ahora (pág. 81); No es la muerte el misterio; es la vida (pág. 82); La verdad siempre duele. No la pidas (pág. 87); Vivir es aprender a andar delcalzos, / yendo con gratitud hacia el misterio (pág. 179)...

En todo el poemario de esta obra late un diario poético que recoge el sentir y discurrir del poeta valenciano a base de juntar palabras, una manera que responde a elevar su experiencia vital en derroche emotivo y una forma poética que trata de contagiar al lector de su estado de ánimo, sin remilgos. Moreno quiere contar lo que siente y, a veces, lo hace callando, como marca el canon poético trazado por el maestro Jorge Guillén que decía: “Escribir es el arte de combinar las palabras con los silencios”.

No puedo dejar de mencionar el prólogo de esta antología que lleva la firma lúcida de Vicente Gallego, poeta contemplativo y zen, que destaca la fidelidad para consigo mismo que exhibe Moreno en su creación poética, construída (cito textualmente) “con la piedra de la paciencia y con las manos limpias de toda espuria expectativa... No hay en su poesía destino ni figura, sino entorno y alrededores que florecen”.

Intentar escribir buena poesía es un trabajo duro. Conseguirlo, como lo hace Antonio Moreno, es un placer incomparable, una bendición. Moreno es un maestro de la intensidad de lo sentido y la delgadez del verso, un poeta meditativo y depurado pero, sobre todo, cercano, que alienta y emociona, como lo hace en este fragmento del poema titulado Intervalo:

No pretendo llegar a ningún sitio,
y sin embargo escribo cada noche.
Decir es dirigirse a algún lugar,
marchar a alguna parte, a un destino
al que uno se encamina con palabras
crecidas, luminosas como el cielo
de originaria y blanca luz nocturna.
Mi meta no es llegar, pues, sino ir
no sé adónde, cuando se extingue el día...

El viaje de la luz es un libro intenso y conmovedor que cayó en mis manos como maná del cielo, tras coincidir una mañana de agosto, en mi librería habitual, con José Mateos, poeta amigo y notable aforista, que me lo recomendó con la generosidad sentida de su alma lectora. Gracias, Pepín.

martes, 9 de septiembre de 2014

Otras rarezas


El microrrelato es un género idóneo para navegar por aguas turbulentas y charcas solitarias, burlando el reloj y modificando el mapa del tiempo. Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) conoce bien ese microcosmo, ese organismo vivo inserto en la narración hiperbreve que a veces es escurridizo y se escapa de las manos a la menor ocasión; un género en el que vale tanto lo que se dice como lo que se oculta; un género en el que, muy amenudo, se telegrafía , sobre todo, lo que se esconde.

La vida imposible (Páginas de Espuma, 2014) nos propone, en esta nueva edición corregida y ampliada, recorrer el territorio malévolo del escritor argentino, por medio de una colección de microrrelatos que transitan por otras realidades, entre lo monstruoso y lo fantástico, pero atemperadas por la compañía de una sutil ironía.

Berti se despacha a gusto en estas microficciones con reiterada osadía, bajo distintas formas pero con similares resultados, casi siempre asombrosos, inesperados y cómicos. Eduardo Berti siente predilección narrativa por atender las jugadas del azar, para que éste haga de las suyas y den un giro en la vida de los protagonistas que deambulan por este catálogo de La vida imposible; noventa y dos historias mínimas convertidas en golosinas narrativas para cualquier lector ávido y entusiasta de estas estructuras reducidas. Pero, aunque sus textos pocas veces superan la página y media de extensión, este libro minimalista aspira a convertirse en un puzzle de micropiezas conectadas a un ascensor invisible que sube y baja entre sueños, reflexiones y sucesos extraños, bajo el mantra susurrante de una vida imposible, la que todos vivimos de alguna manera.

Este catálogo de rarezas narrativas tiene de particular sus escenarios. Cada pieza ocurre aleatoriamente en cualquier rincón del mundo, fruto del azar: un extraño reloj de arena se demora a su antojo en un pueblo de Guatemala, un desconocido pintor recibirá honores en Viena, en Holanda un director de cine es inculpado de asesinar a ocho actores, en Alemania la policía trabaja con dos ancianos mellizos en leer huellas de sangre, en una aldea de Madagascar la justicia se imparte con códigos fuera del uso común... Sucesos que recorren todo tipo de realidad: hombres con doble vida, mujeres con voces multiplicadas, pianistas con manos asimétricas, existencias reincidentes, pintores e impostores, las trampas de un tahur, dos hijos obcecados en intercambiar sus respectivas familias, marcos sin cuadros, hombres que buscan sus otros parecidos, amantes idénticos, anestesias imperfectas o las crueldades de una escuela perpetua.

Eduardo Berti contempla y explora todas las posibilidades de la vida hasta la frontera de lo imposible, quizá con un trasfondo de burlarse de la vida corriente, de la normalidad cotidiana. Se percibe una huella de Borges en lo fantástico, más allá de una simplicidad aparente, en la constante aparición del doble que se repite en estas miniaturas narrativas: Doble vida, Amantes idénticas, Dos reinas... Berti, además de entusiasta lector de Cortázar, Virgilo Piñera y de Ana María Shua, es un apasionado de la greguería y, por tanto, de Gómez de la Serna, al que tributa un extenso homenaje con más de doscientas ramonerías, como él las llama, al final del libro.

El resultado final que tiene uno tras leer La vida imposible es haber asistido a un festival de rarezas bajo la mirada extraña y el adjetivo inquietante que reina y se postula en todas sus páginas. El gran desafío de estos microrrelatos reside en hacer que la ficción se vuelva verosimil en el contexto de la vida rutinaria que ocupa nuestra común existencia. Berti, con una prosa concisa y vigorosa, lo logra gracias a la artillería utilizada a base de imaginación, fantasía y humor.


viernes, 5 de septiembre de 2014

Alto voltaje


Gracias a mi amigo Ramón Eder descubrí este verano los aforismos de Stanislaw Jerzy Lec (Lvov, Galitzia austrohúngara, 1909 – Varsovia, 1966), en una excelente edición del sello valenciano que dirige Manuel Borrás, una recomendación ederista de infinitas lecturas que vale un Potosí.

Pensamientos despeinados (Pre-Textos, 2014) es una colección de aforismos apasionados e inteligentes de un maestro del arte de lo breve, un escritor enfrentado al poder del terror totalitario desde una postura lúcida y beligerante a través del pensamiento, de la máxima y la paradoja. Lec es un dominador del lenguaje y posee una clarividencia que es capaz de reflejar de un fogonazo los acontecimientos políticos y sociales de su época, vigentes aún en nuestros días: El error se convierte en error cuando nace como verdad (pág.16). Prefiero la inscripción “Prohibido entrar” a “Sin salida” (pág. 20).

Stanislaw Jerzy Lec, poeta y militante de izquierdas, batalló contra todo abuso político y contra toda barbarie impune. Sus avatares personales, consecuencia de la guerra, la insurrección de Varsovia, el holocausto y el régimen comunista soviético, tuvo consecuencias trágicas para él hasta el fin de sus días. A pesar de ello, el poeta polaco mantuvo una coherencia beligerante contra la tiranía y la falta de libertades ciudadanas: No se puede cantar “A la libertad” con los instrumentos de la opresión (pág. 22). Cuanto más pequeños son los ciudadanos más grandes parece el imperio (pág. 55). La vida de un hombre termina a veces con la muerte de otro (pág. 148).

En Pensamientos despeinados encontramos la esencia libertaria y el escepticismo propio de un escritor irónico que cuenta las calamidades de la vida cotidiana: Incluso cuando la boca ha sido cerrada sigue la cuestión abierta (pág. 159). De esta persona se podría decir: “Persona non gratis” (pág. 164). No se debe alargar la vida humana sino acortando sus sufrimientos (pág. 175).

Los aforismos de Lec brillan con luz propia por su sarcasmo y tino, gracias al juego habilidoso de la palabra, entre la paradoja y la metáfora: Solo los muertos resucitan. Los vivos lo tienen más difícil (pág. 17). No por darle cacao a la vaca ordeñarás chocolate (pág. 21). Encontré a un hombre tan poco ilustrado que tenía que inventarse él mismo sus citas de los clásicos (pág. 31). Lo lapidaron en un monumento (pág. 86). Solo cuando es abono la mierda nos puede interesar (pág. 103).

Lec no trata de dar lecciones, ni breves sermones, solo constata la inquietante irracionalidad, la estupidez y la mentira y, para ello, recurre a la máxima, a lo escueto para lanzar un dardo contra los poderosos aprovechados y los estúpidos, sin olvidar la laxitud de nuestra naturaleza humana: Las estupideces de una época son para la ciencia tan valiosas como sus sabidurías (pág. 107). Tenía la conciencia limpia. Sin usar (pág. 111). Un consejo para los escritores: llega un momento en el que hay que dejar de escribir. Incluso antes de empezar (pág.35).

Pensamientos despeinados no son meras frases ocurrentes, sino un bloque compacto de reflexiones cuya grandeza radica en la cantidad de aristas cortantes que encierran sus páginas. Sin llegar a ser un escritor maldito, como se etiquetó a Cioran, Stanislaw Jerzy concibió la escritura como una provocación, igual que el filósofo rumano, como una sacudida de la conciencia, de esa atalaya que denominamos yo. Lec, el aforista predilecto de Umberto Eco, al igual que el maestro Lichtenberg, utiliza el humor con tiento y mesura para zafarse de su pesimismo latente. Su preocupación por el temor del Estado totalitario es una de sus pesadillas, pero lo que más le envenena es la estupidez de incautos y presuntuosos.

En suma, Pensamientos despeinados es una obra aforística que alumbra y da que pensar, un regalo de alto voltaje.